sábado, 4 de diciembre de 2021

Menuda familia...

 Después de casi un año sin publicar, aquí estoy con un relato que, además de escatológico, contiene sexo, pornografía, exhibicionismo, violencia intrafamiliar y hasta un niño amenazado. Pero no se asusten, porque es un relato cómico con el que espero que se rían un poco en estos días de puente.


Imagen: Francesca Tosolini en Unsplash







DI  ARREA

Primer objetivo: ella. Entornó ligeramente la puerta del dormitorio y se asomó. Perfecto. Su mujer seguía roncando, sumida en su siesta vespertina.

Segundo objetivo: él. Caminó de puntillas hasta su cuarto y se asomó. Perfecto. Su hijo de seis años estaba estaba sentado en el suelo, jugando con sus muñecos y poniendo vocecitas. Bien, estaba entretenido y no molestaría.

Fue andando hasta el salón. Una vez allí, cogió el gran atlas que había en la librería y se sentó en el sofá. Puso el atlas encima de sus rodillas y lo abrió por la mitad, sonriendo. Allí estaba la revista porno que había escondido dos días atrás. El atlas era un buen escondite, nadie lo miraba nunca. A su mujer no le iban los mapas y el niño casi no podía con el enorme libro.

Apartó la revista, cerró el atlas, se levantó y lo colocó en su sitio. Luego recogió la revista y se dirigió al cuarto de baño. Entró, encendió la luz, cerró la puerta y puso el pestillo. Dejó la revista sobre la tapa del inodoro y procedió a desabrocharse el pantalón, bajarse la cremallera y dejar que el pantalón cayera hasta sus tobillos. A continuación se bajó los calzoncillos.

Se irguió y se miró en el espejo que había encima del lavabo. Luego bajó la vista y se quedó un momento contemplando su arrugado y escuchimizado pene.

- Por favor, qué birria… –comentó.

Volvió a mirarse en el espejo. Sonrió y se hizo a sí mismo un gesto de aprobación, levantando los pulgares de ambas manos. “¡Manos a la obra!”, pensó.

Con gesto decidido, cogió la revista y la situó cuidadosamente sobre la lavadora, que tenían justo al lado del lavabo. Se agachó un poco y empezó a acariciarse la parte interior de los muslos. A continuación se masajeó suavemente el perineo y los testículos. Empezó a pasar las páginas de la revista con la mano izquierda, despacio, fijándose en cada foto, mientras con la derecha se agarraba la polla y comenzaba a sacudírsela lentamente al tiempo que, con el mismo ritmo lento, movía el trasero hacia delante y hacia atrás.

- Síííí, esto es otra cosa –se dijo al comprobar cómo el órgano crecía y respondía. Tenía cierta costumbre de emitir sonidos mientras se masturbaba, y tampoco pudo evitarlo esta vez– Oooooh… qué bien. Así, así…

Pero entonces oyó cómo se movía el pomo de la puerta del baño. Alguien intentaba entrar. ¡Menos mal que se había acordado de poner el pestillo! Enseguida escuchó la voz de su hijo:

- Papi, ¿estás ahí?
- Sí Eduardo, estoy aquí. Vete, que estoy ocupado y va para largo. Uuuuuh… aaaaah…
- ¿Estás haciendo caca?
- Síííííí. Tomaaa….
- Papá, tengo que hacer pis.
- Pues te aguantas hasta que acabe. Uuuuyyyy…
- Papá, ¿estás bien? Suenas como… ¿extrañado? ¿estrellado?
- ¿Estreñido?
- ¡Eso! ¿Estás estreñido?
- ¡No! Lárgate, corcho. Uaaaah… Madre, madre…
- ¿Madre? ¿Quieres que llame a mamá?
- ¡¡Noooo!! ¡Ni se te ocurra! Eeeeeh… Chupi, chupi…
- Papá, ¿te pasa algo?
- ¡No me pasa nada! ¡Y te he dicho que te vayas! Hala, qué negraaaa…. –musitó el padre, al pasar otra página y encontrarse con el cuerpo desnudo de una escultural mujer de ébano.
- ¿Negra? ¿Te sale negra? –inquirió el niño, curioso.– A mí a veces me sale muy oscura, pero tanto como negra no. ¿Me la dejas ver cuando termines, antes de tirar de la cadena?
- Pero, ¿tú qué haces ahí todavía? ¡Me voy a enfadar! Oh, esta es un monumento
- ¿Un monumento? Jopé. Papá, ¿tienes….?
- ¿Qué si tengo qué? ¡Ah! ¡Eh! ¡Ih! ¡Oh! ¡Uh!
- ¡Joder! ¿Cómo se dice?
- Edu, te tengo dicho que no uses esa palabra. Puá… puá…
- Lo sieeeento. ¿Y qué palabra digo? Es que se me escapa. ¿Y cómo se dice cuando cagas mucho?
- Diarrea.
- ¡Arrea! Vale, a ver si se me queda. ¿Y cómo se dice cuando cagas mucho? Ah sí, “cagalera”. ¿Papi, tienes cagalera?
- ¡Noooo!
- ¡Pues termina pronto, que ahora también me han dado ganas de hacer caca!
- Lo que faltaba. ¡Pues hazla en un tiesto! Cha-cha-chá…
- Sí, claro. ¿En el tiesto del cactus o en el de la chumbera? ¿Por qué tenéis sólo plantas con pinchos?
- ¡Que me dejes en paz! ¡Hazlo en el aloe vera! Uauuuu….
- El aloe vera está encima de la alacena y no llego. ¡Y también pincha!

Mientras tanto, la madre se había levantado. Escuchó las voces que venían del pasillo de la entrada, se dirigió hacia allí y sorprendió a su hijo saltando frenéticamente y aporreando la puerta del baño.

- ¡Papá, termina ya, porfi, que me lo hago encima!

- ¡Que lo hagas en un tiesto!
- ¡Que no, que me pincho el culo!
- Que me viene, que me viene…
- Que me voy, que me voy…
- Pero, ¿qué narices pasa? ¿Qué gritos son estos? –preguntó la mujer, alarmada.
- Que tengo que cagar y papá no me deja entrar y me dice que haga caca en un tiesto– explicó el niño, apretándose las nalgas con las manos y lagrimeando.
- Sí hombre, me vas a estropear la chumbera con lo guapa que la tengo. ¿Dices que papá está ahí?

Como respuesta, les llegó desde dentro del baño una exclamación triunfal:

- ¡Síííííííí! ¡Yab-ba-dabadúúúú!

- ¿Será posible? –dijo la madre frunciendo el ceño. A continuación, dio tres violentos golpes con la mano abierta en la puerta del baño–. ¡Faustino! ¿Qué guarradas estás haciendo ahí dentro?
- Ostras, se despertó… Bueno, ¿a ti qué te parece que voy a estar haciendo aquí?
- Papá hace caca.
- No, hijo. Papá se la machaca.
- ¿Que se machaca la caca? ¿Para qué? ¿Con un mortero? –preguntó el niño.
- ¡Lorena! ¿Cómo puedes decir eso delante del crío?
- ¿Y tú cómo puedes…hacer lo que estás haciendo?
- Te juro por mi madre que estoy cagando.
- Tu madre… ¡Faustino, que nos conocemos! El “yabadabadú” me lo sé de memoria.
- ¡Papá, sal ya, que me cago!
- Mira Faustino, como salgas de ahí y tengas una revista te vas a acordar, ¿eh? –amenazó Lorena.
- ¿Una revista? ¿Es que no hay papel higiénico? –preguntó Eduardo, sin comprender.

Mientras sucedía esta conversación, el padre se había limpiado a toda prisa sus partes con papel higiénico, que después arrojó al inodoro. También consiguió hábilmente tirarse un pedo silencioso pero muy oloroso, que serviría para afirmar su coartada. Después se vistió y se sacó un clip del bolsillo del pantalón. Cogió la revista, la enrolló y utilizó el clip para sujetarla entre los pliegues de la parte interior de la cortina de la bañera. Desde fuera no se veía, y todavía era pronto para que el niño se bañase. Ya buscaría luego un momento para recuperarla y volver a esconderla. Finalmente tiró de la cadena, y abrió la puerta del baño.

En cuanto vio el paso libre, Eduardo entró como un rayo, se bajó los pantalones y los calzoncillos y se sentó en la taza. De inmediato empezaron a oírse los “chof”, “chof”, “chof” en el agua del váter..

- ¡Aaaaaaah! ¡Arrea, qué alivio! –exclamó el pequeño–. A mí no me volváis a hacer esto, ¿eh? ¡Que casi exploto! ¡Y no, yo en un tiesto no lo hago!

- Qué barbaridad, hijo. ¿Qué has comido hoy? –le preguntó su padre.
- La fabada que hiciste…
- Ah claro, la de Litoral. Hay que reconocer que me sale estupenda.

La madre también entró en el baño y empezó a pasear la mirada por la estancia.

- Busca, busca… –le espetó Faustino, desafiante–. ¿Ves como no hay nada?

- Mmmffff. Yo no veo ningún mortero –confirmó Eduardo, en pleno esfuerzo.

Desconfiada, Lorena siguió buscando. Incluso se inclinó y miró detrás de la lavadora. Faustino se inquietó al ver que se asomaba a la bañera un momento, pero respiró al ver que se daba la vuelta negando con la cabeza. Al no encontrar nada, Lorena se volvió hacia su marido y empezó a palparle el cuerpo.

- No me lo puedo creer. ¿En serio me estás cacheando? –repuso él.

- ¿Y el “yabadabadú”?
- El “yabadabadú” sirve para muchos usos. Yo tenía una cosa ahí enquistada que no conseguía echar, y cuando al fin lo logré…
- Bueno, vale. Vamos a dejarlo –dijo ella dándose la vuelta.
- Sí, claro, lo dejamos, pero mira lo que llegaste a decir.
- De acuerdo. No tenía que haberlo dicho.
- ¡Que a ti te gusta mucho acusar!
- Vaaale. Déjalo ya.
- ¡Acusadora!
- ¿Queréis salir los dos? ¡Que estoy cagando! –protestó el niño.

Sus padres le hicieron caso y salieron. Él se dirigió hacia el salón, pero ella se quedó un momento pensativa junto a la puerta del baño. Y de repente anunció:

- Oye Eduardo, ¿sabes qué te digo? Que ya que estás así, cuando termines te lo quitas todo y te metes en la bañera, así te bañas ya.

Al escuchar esas palabras, Faustino se detuvo, se llevó las manos a la cabeza y dio media vuelta corriendo.

- Pero mujer, ¿qué dices? ¿Cómo se va a bañar ahora? Deja al niño tranquilo.

- Mamá, si es pronto –se quejó Eduardo desde dentro.
- ¡Claro que es pronto! –confirmó su padre–. Y para los niños es importante mantener una rutina.
- ¡Bueno, esto es…! –se sorprendió la madre–. Otros días me dices que baño al niño muy tarde, y hoy…
- Mira, con tanto lío lo mejor es que el crío hoy no se bañe. Y ya está. Tampoco pasa nada por un día.
- ¡Qué guay! ¡Gracias, papi! –gritó contento Eduardo, mientras cogía papel higiénico y empezaba a limpiarse.
- ¿Que no lo bañe? ¿Y la rutina esa? Faustino, a veces no hay quien te entienda. Pues claro que lo voy a bañar.
- ¡Que no!
- ¡Que sí!
- ¡No, no, papi, mami, por favor, no os peleéis por mí! –dijo lastimosamente el niño mientras tiraba de la cadena–. ¿Veis? Yo ya terminé. Ahora me quito la ropa y me bañas, mami.

Lorena entró en el baño y empezó a arremangarse. Eduardo se desnudó a toda prisa y se metió en la bañera. Entonces se escuchó un pequeño ruido, seguido por una exclamación de sorpresa.

- ¡Arrea! ¿Qué es esto?

- ¡Ay, Dios! Los zapatos, los zapatos… –oyeron decir a Faustino.

La madre se asomó fuera extrañada pero su marido ya no estaba allí, así que volvió a meter la cabeza en el baño. El pequeño Eduardo, desnudo en la bañera y con expresión de asombrado regocijo, estaba pasando a toda velocidad las páginas de una publicación que sostenía en sus manos, mientras no paraba de soltar interjecciones.

- ¡Arrea! ¡Jopé! ¡Hala! ¡Anda! ¡Jolines!

- Hijo, ¿qué es eso?
- ¡Mira, mami! ¡Bailarinas! –contestó el niño, tendiéndole la revista.

Lorena la cogió y le rechinaron los dientes al ver lo que era.

- ¿Quééééé?

- Mira qué poses hacen. ¿Por qué están desnudas? ¿Porque están ensayando?
- ¡¿Dónde estaba esto?! –preguntó furiosa la madre, sin hacer caso a su hijo.
- No sé. Al mover la cortina de la bañera se cayó dentro.
- Joder…
- Mamá, eso no se dice. Di “arrea”. Me lo ha enseñado papá.
- Sí, diarrea. Diarrea de tortas la que le va a caer como se atreva a venir esta noche a la cama.

La mujer estrujó la revista con la mano, se dio la vuelta de un salto y se propulsó fuera del baño, gritando:

- ¡FAUSTINO! Conque me gusta mucho acusar, ¿eh? ¡Conque me gusta mucho!

Eduardo salió de la bañera y se asomó por la puerta del baño, a tiempo de ver a su padre (con los zapatos puestos) abriendo la puerta del piso, la que daba al rellano de la escalera. Pero la madre le alcanzó y le sujeto del brazo:

- ¡¡¿A dónde vas tu ahora?!!

- ¿Quién, yooooo? Eeee… voy a comprar tabaco.
- Que vas a… ¡¡Dejaste de fumar hace tres años!!
- Bueno, pu… pues ahora vuelvo a empezar.
- No me torees, ¿eh? ¡¡No me torees!! Entra en la cocina, que tengo que hablar contigo.
- Pero mujer, no te enfades.
- ¡ENTRA EN LA COCINA!

Lorena cerró la puerta del piso y los dos entraron en la cocina, cerrando también la puerta de la misma. Eduardo salió del baño y se quedó parado un momento, asustado por los gritos que empezaron a oírse.

- Jo, ya están discutiendo. ¿Será por mí? Me parece que hoy al final no me baño… –dijo tristemente. Y al momento de decir eso, se le dibujó en el rostro una sonrisa de oreja a oreja y exclamó:– ¡No me baño! ¡Genial!

Caminó hasta el salón, entró y encendió la luz. Cerró la puerta. Sí, así no se oían los gritos. Por curiosidad se acercó hasta el fondo, descorrió la cortina y miró hacia la calle a través del gran ventanal, que ocupaba casi todo el alto de la pared. Entonces alzó la vista y vio a su compañera de clase Lucía, que vivía justo enfrente, mirarle por la ventana de su casa con los ojos como platos. Eduardo se dio cuenta de que, claro, todavía estaba desnudo y Lucía se lo estaba viendo todo. Ya era tarde para hacer el gesto ridículo de taparse con las manos, así que dedidió convertir la situación en algo divertido. Levantó la cabeza sonriendo, saludó a su compi con la mano y se puso a bailar delante del ventanal, imitando las poses que había visto en la revista, mientras decía:

- ¡Arrea! ¡No me baño! ¡Arrea! ¡No me baño!

Su alegría exhibicionista se vio interrumpida bruscamente por una voz a sus espaldas:
- Pero, ¿qué haces ahí? ¿Cómo que no te bañas? ¡Andando a la bañera ahora mismo!

Eduardo se dio la vuelta y vio a su madre caminar hacia él con cara de enfado. Estaba descalza del pie izquierdo y llevaba la zapatillla correspondiente en la mano derecha.

- Va, mamá, ya me bañaré mañana –dijo el pequeño, poniendo ojitos tiernos.

- No me calientes, ¿eh? Mira, acabo de zurrar a tu padre en el culo con la zapatilla, ¡y no tengo problema en empezar contigo! –le amenazó ella, agitando con la mano el temible artefacto.
- ¡Arrea! ¡Vale! ¡Vale! ¡Ya voy! –exclamó asustado el niño, yendo hacia su madre.

Lorena se calzó y juntos salieron del salón, mientras el pequeño preguntaba tembloroso:

- ¿De verdad le has dado a papá en el culo?
- Ahí lo tienes –contestó ella, señalando.

En efecto, Eduardo pudo ver a su padre en una esquina del pasillo, de cara a la pared. Se mordía el labio inferior con gesto dolorido y se masajeaba con las manos la culera del pantalón.

- Papá, ¿qué haces ahí? –preguntó el niño, asombrado.

- Estoy castigado… –contestó Faustino, dándose la vuelta con ojos lastimosos.
- ¡Te he dicho que de cara a la pared! –le gritó Lorena, que a continuación se encaró con su hijo.
- Y ahora vamos a ver, ¿tú qué hacías desnudo delante de la ventana?
- Estaba bailando para hacer reír a Lucía, mi compi, la que vive justo enfrente.
- ¡A Lucía no, por favor! Ay, con lo escandalosa que es su madre. ¿Y te ha visto así?
- Sí, ¿qué pasa? Cuando el mes pasado se quedó un día a dormir, nos bañaste a los dos juntos.
- Ya lo sé, ya lo sé, y no veas cómo se puso su madre. Si llego a saber que era así…Hijo, no es lo mismo estar desnudo en la bañera que delante de la ventana del salón.
- ¿Por qué? No lo entiendo. El chirimbolo es el mismo y el culete también.

Lorena iba a decir algo, pero justo en ese momento sonó la melodía de su móvil. Sacó el aparato del bolsillo lateral de su rebeca y supiró al ver la pantalla.
- Ay no, por favor, quién es.
- ¿Quién? –preguntó el niño.
- La mamá de Lucía. –le contestó su madre, antes de responder a la llamada.– Hola, Merche… Sí, qué ocurre… ¿Y qué mas da que estuviera desnudo? Se iba a bañar y se asomó un momento a la ventana… ¿Cómo que poses provocativas? Bueno, sí, bailó un poco, siempre está jugando… ¿Pero qué trauma va a coger la niña? ¡Que son críos, Merche, que no pasa nada!... Oye, eso no te lo consiento. Yo no soy ninguna corruptora de menores… ¿Qué dices? ¿Qué acoso ni qué…? Y ahora me cuelga la muy gilipollas. ¿Será borde?
- Mami, ¿estás bien? –preguntó inquieto Eduardo, al ver a su madre respirando agitada.
- Sí, hijo. Es esta mujer, que me saca de quicio. Ya está como la otra vez. Mira cariño, ¿sabes qué te digo? Que hoy no te bañas. Ale, ya está. Estoy muy enfadada, la tía esta me ha puesto todavía de peor humor, y no quiero hacerte daño. Pero tienes que portarte bien, ¿eh?
- ¡Sí! ¡Qué guay! ¡Gracias, mami! –chilló el niño, dando saltos.
- Qué jodía. Y al final no lo baña. Menuda familia –comentó Faustino desde su esquina.
- Tú… ¡A que te doy otra vez! Yo sí que podría decir eso de “menuda familia”.
- Y yo también. ¡Menuda familia! –añadió Eduardo.
- ¿Cómo que tú también? ¿Quieres ir a la bañera, hijo?
- ¡No, mami, no!
- Pues te callas, y vístete de una vez. Ya está bien de andar desnudo, que no sé lo que pareces.
- ¿Una bailarina? –dijo el niño haciendo una graciosa pose. Luego se irguió, miró a su madre y exclamó:– ¡Es verdad, la revista de antes! ¿Me la dejas otra vez?
- ¡A LA BAÑERA!


FIN 

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