Cuando oímos o leemos las aberrantes cifras de paro en nuestro triste país, ¿nos acordamos de que se refieren a personas? Nuestros gobernantes desde luego parece que no, ya que el paro sigue sin ser una prioridad para ellos, por más que digan. Las medidas que se toman van encaminadas a corregir el déficit público y aliviar la situación de los bancos. El desempleo y el drama social que conlleva son, por lo visto, algo secundario.
Imagen: Carlos Becerra
LAS HORAS
Es
otoño...
Es
otoño...
Es
sólo otoño en España
y
otoño en este hemisferio,
pero ya hace más de un año
que tú vives en invierno,
y
que la calefacción
es
solamente un recuerdo.
Y
el sol nunca te calienta
porque tu frío es interno,
y
lo sientes en el alma,
y
lo sientes en los huesos,
y
te parece que habitas
entre
paredes de hielo,
y
son frías tus sonrisas
y
hasta son fríos tus besos.
¿Y
qué haces?...
¿Y
qué haces?...
Levantarte
en la mañana,
llevar
al niño a la escuela,
y
luego buscar la forma
de
que las horas se muevan,
y
a lo mejor ir de compras
al
Día o al Alimerka
con
una calculadora
funcionando
en tu cabeza,
pasando
de largo cosas
que
antes iban a la cesta,
y
después volver a casa
y
encontrar a tu pareja
con
los ojos lacerados
de
tantas noches en vela.
Se
marchita...
Se
marchita...
Vuestra
vida se marchita.
No
hay color en vuestro cielo,
no
tienen olor las flores
ni
sabor los alimentos.
Primero
uno, luego el otro,
se
perdieron los dos sueldos.
Pasasteis
a ser cenizas
arrastradas
por el viento,
a vivir como proscritos
condenados al destierro.
Y
van pasando los días,
y
van muriendo los sueños,
y
la luz de la esperanza
brilla
cada vez más lejos.
Y las cartas...
Y las cartas...
con tu currículum vitae
que no sabes por qué mandas,
sólo muy de cuando en cuando
te encuentras con que te llaman
para cortas entrevistas
donde preguntan chorradas,
o dinámicas de grupo
donde tipos con corbata
prácticamente se ríen
de los que optan a la plaza.
Y en la Oficina de Empleo
colas cada vez más largas
cuando vas cada tres meses
a renovar la demanda.
Y
el silencio...
Y el silencio...
que
se extiende por el piso
como
si fuera una plaga,
y
estar los dos en la mesa
sin
decir una palabra,
y
chocarte con sus ojos,
y
encontrar en su mirada
el
reflejo de tu propia
soledad
acompañada.
Y
la ponzoñosa tele
que silenciosa te mata,
y
apagarla y encenderla,
y
encenderla y apagarla,
y
que los teledïarios
se
claven en tu garganta.
Y las dudas...
Y las dudas...
porque ya sólo te quedan
cuatro meses de subsidio
y no atisbas la salida,
y no ves ningún camino,
en todas las direcciones
hay horizontes perdidos.
Y pasear por la calle
de la mano de tu hijo
y que te pida un juguete
y negarlo con un grito,
o mirar sus ojos grandes
y concederle el capricho
con la sensación atroz
de cometer un delito.
Y el orgullo...
Y el orgullo...
que se ahoga en la impotencia,
la dignidad es un cuento
cuando ves a la miseria
en el fondo del espejo.
Y visitar a tu madre
y que ella te dé dinero
y aceptarlo con la rabia
corroyéndote por dentro.
Y tener crisis de llanto.
Y no saber cuánto tiempo
podréis pagar la hipoteca
mientras van disminuyendo
lo ahorros que guardabais
tras ilusiones y esfuerzos.
Y
la angustia...
Y
la angustia...
Esa opresión en el pecho
que
ya siempre te acompaña.
Y
racionar el champú.
Y
racionar hasta el agua.
Y
contemplar cómo sigue
la
vida tras la ventana.
Y
acostarse por la noche
y
dar vueltas en la cama.
Y
no saber qué pensar,
y
no querer pensar nada
porque
pensar es peor,
porque
es pensar en mañana.
Y las horas, y las horas,
más y más horas, que pasan...