Imagen: Brett Sayer
TACTO Y LUZ
Cuando todo es silencio,
cuando
no existe nada sino el tiempo,
en las
horas muertas de la madrugada
hay
algunas noches en que me vuelvo
despierto
hacia
tu lado de la cama
y
lo único que veo
es
una negrura densa,
una espesa atmósfera velada
en
la que no adivino tu presencia.
Me asusto, tiemblo de miedo
y en esa oscuridad, que es como un magma
primigenio,
en ese fértil vacío,
primigenio,
en ese fértil vacío,
extiendo
ansioso mis brazos
al
tiempo que te imagino
y
te deseo
hasta
que, por fin, con un suspiro
se
produce el contacto
y
comienzo a acariciar tus miembros lacios
con
infinita y tierna devoción,
y
mientras recorro tu cuerpo con mis dedos
me
siento como un dios en el supremo
acto
de la creación,
y
pienso que te edifico con mis manos
como
la luz edifica los espacios,
la
luz
cálida
del sol
que
empieza a filtrarse por la persiana,
la
luz
del
despertador
que
apago cuando anuncia la mañana,
la
luz
de
la habitación
que
enciendo para contemplar mi obra
mientras
pronuncio aquel poderoso hechizo:
“levántate,
cariño, ya es la hora”.
Y entonces despiertas tú, recién nacida,
Y entonces despiertas tú, recién nacida,
y
preguntas qué hora es, y yo sonrío
y
te invito a compartir el nuevo día
conmigo.