Fiel a la cita, aquí va el sencillo poema de este año.
POEMA DE AÑO NUEVO
Fiel a la cita, aquí va el sencillo poema de este año.
POEMA DE AÑO NUEVO
...ya no es lo que era. O al menos eso podría pensarse leyendo mi nuevo relato cómico, que va de Carnaval, superhéroes y sexo. Sólo que no son los superhéroes de verdad, naturalmente. Todos sabemos que esos no practican sexo.
Mientras caminaban juntos,
Batman le preguntó a Superman:
– Oye, Federico.
¿Tú estás seguro de que es por aquí?
– Hombre, seguro,
seguro… –le respondió su amigo, dubitativo.
– Como lleguemos
tarde al desfile del crío…
– Tranquiiiilooo
Juan Luis, que acabamos enseguida, hombre.
Siguieron caminando y contemplaron a su derecha cómo una leona cazaba una gacela. Mientras, a su izquierda, una serpiente atrapaba un ratón. Más adelante, a la derecha un barco se bamboleaba azotado por una fuerte tormenta, y a la izquierda pudieron ver a Flash y a Linterna Verde morreándose, desnudándose mutuamente y chillando con alborozo al descubrir que los dos llevaban una liga en la pierna.
El hombre vestido de
Superman se detuvo un momento contemplando la escena.
– ¿Pero qué peli
es esta? –preguntó.
– ¡La conozco!
¡Ja, ja, ja! –se rió su compañero–. Seguro que querían poner
“La Liga de la Justicia”, pero se han equivocado y han puesto
“Las ligas de la justicia”, que es una parodia porno.
Llegaron al final del pasillo de la sección de Imagen del hipermercado del centro comercial, con su montón de televisores encendidos a ambos lados, y torcieron a la derecha. Allí había cafeteras y otros electrodomésticos pequeños.
– ¡Caray! Creo
que no vamos bien –reconoció Federico “Superman”.
– Y ahora lo
dices, ¿no? Oye, ¿y si le preguntamos a un dependiente? –propuso
Juan Luis “Batman”.
– Ya, pero lo
difícil va a ser reconocerles. Con esto del Carnaval están todos
disfrazados.
– Como nosotros,
sí. Puede ser cualquiera.
– Mmmm… voy a
preguntar.
Superman señaló a dos personas que se encontraban en ese mismo pasillo, una a la mitad y la otra hacia el final del mismo, y que curiosamente parecían estar mirándose fijamente la una a la otra con desconfianza.
– ¿A quién?
–quiso saber Batman–. ¿A la chica vestida de Wonder Woman? ¿O
al señor disfrazado de Margaret Thatcher?
– Hombre, la de
Wonder Woman no. No creo que les permitan enseñar tanta carne. Mejor
el de la Thatcher.
– Sí, pero
espera, mejor pregunto yo. Con eso que llevas bajo el brazo igual te
mira mal.
Juan Luis se dirigió
a la persona indicada (la cual le observó con creciente extrañeza
mientras se acercaba), y le dijo:
– Buenos días,
disculpe usted. Primero, le felicito por el disfraz de Margaret
Thatcher. Lo ha clavado. Y ahora quería preguntarle…
– Pero, ¿qué
está diciendo? No llevo ningún disfraz. ¡Esta es mi ropa normal!
– ¡Huy, perdone,
caballero! Yo creí…
– ¿Cómo que
caballero? ¡Yo soy una mujer!
– ¿No es un
travesti?
– ¿Travesti yo?
– ¡Ay, lo siento,
lo siento! Ya lo entiendo, es usted una mujer trans.
– ¿Trans? ¿Yo,
trans? ¡Yo soy una mujer natural y biológica, y casada por la Santa
Madre Iglesia! –protestó la interpelada, mientras empezaba a
atizarle con el bolso en la cabeza.
– ¡Ay! ¡Ay!
Perdón, perdón, es que con ese careto…
– ¿Y qué careto
tengo? ¡Careto el suyo, frescales! ¡Mamarracho! ¡Drag queen!
– ¡Drag queen no,
que voy de Batman! ¡Ay! ¡Ay! ¡No pegue!
– ¿De barman? Sí,
claro. Yo he estado en muchos bares en mi vida y en ninguno he visto
a nadie atendiendo así vestido. ¡Tome, tome y tome! ¡Sinvergüenza!
¡Mequetrefe! ¡Cliente de puticlub!
La furiosa dama
siguió su camino echando pestes, pero antes de irse definitivamente
se dio la vuelta un instante y espetó:
– Y ahí llega la
otra. ¡País de degenerados!
Por “la otra” se
refería a la mujer vestida de Wonder Woman, que se había aproximado
tras ser testigo cercano de la violenta escena.
– ¿Está usted
bien? ¡Ay, por favor! ¿Cómo se le ocurre decirle eso a doña
Concha? ¡Con el mal genio que tiene! –dijo tras cerciorarse de que
la señora se había marchado.
– ¿Doña Concha?
¡Vaya bruja! Menos mal que el bolso ese no era duro.
– Algunas veces
lleva un cenicero de mármol, para ponerse a fumar en las terrazas
donde está prohibido, pero se ve que hoy no. Ha tenido suerte.
– Nos equivocamos,
¿eh? ¡No era un tío! Vaya cómo te ha dado –intervino Federico,
que acababa de llegar.
– ¡¡Y tú vaya
bien que ayudas!! Te has quedado ahí parado como un pasmarote.
– Hombre, tenía
que proteger el artefacto –se justificó Superman, levantando un momento lo que llevaba bajo el brazo: un conjunto de tapa y asiento
para un inodoro.
Entonces los dos
amigos advirtieron que, en el corpiño de su distraz, la chica lucía
una etiqueta prendida con el emblema del hipermercado. Se miraron un segundo, cabecearon y Juan Luis “Batman” le preguntó:
– ¿Es usted
dependiente?
– Sí, claro que
lo soy –contestó ella, señalando la etiqueta.
– Ay… –suspiró
Juan Luis–. Nosotros sólo queríamos saber dónde está la sección
de ropa, con los probadores.
– Es que necesito
probar esto –explicó Federico “Superman”, mostrando su
“equipaje”.
– ¿Eso?
– Claro. Yo en una
colchonería puedo probar un colchón. En una tienda de muebles puedo
probar un sillón. Pues si me voy a comprar un asiento para el váter
digo yo que también podré probarlo. Es un razonamiento lógico.
– ¡¿Lógico?!
Eeeeeh… pero, ¿qué quiere probar?
– Si no chirría,
si es cómodo, si se ajusta a mi trasero… ¡Muchas cosas! Y claro,
no me voy a bajar los pantalones aquí fuera.
– No, no, por
supuesto –asintió irónicamente la chica, intentando mantener la
compostura.
– Bueno, ¿nos
dice por dónde es?– inquirió impaciente Juan Luis.
– Tienen que
seguir ese pasillo hasta el final, luego torcer a la derecha y
traaaas… cuatro lineales, creo que son, estarán allí.
– ¡Vale! Muchas
gracias. ¡Vamos, Fede!
Wonder Woman
permaneció inmóvil y con expresión de susto, contemplándoles
mientras se marchaban. De improviso Batman se dio la vuelta, se
acercó a ella y le dijo en voz baja:
– Oiga, a mí no
me mire. Yo no sabía a lo que veníamos. Y porque con la capucha del
disfraz de Batman no se me ve la cara y nadie me reconoce, que si no
a buenas horas iba a seguir yo con el gilipollas este. Muy bueno el disfraz, por cierto.
– ¿Has ido a
decirle lo de la peli porno? –quiso saber Federico cuando volvió a
su lado.
– Sí, eso mismo.
Y que le quedaba muy bien el disfraz.
– Ya. Con ese
tipazo…
– Sí. No es como
nosotros y nuestras barriguitas, que parecemos una caricatura de los
superhéroes.
– Eso de
barriguita lo dirás por ti. Yo estoy en forma –repuso contrariado
Superman, deteniéndose un momento.
– Sí, claaaaro.
¡Tira p’alante!
– Vooooy. ¡Qué
prisas!
– Quiero ver a mi
niño con el disfraz de Tarzán en el desfile infantil.
– Disfraz de
Tarzán… El forro de piel falsa de leopardo de un bolso, sujeto con
un par de clips. Como se le caiga…
– Tiene que ser un
disfraz casero, son las normas del concurso. Pero no te preocupes. La
foto con los clips te la mandé hace dos días, se lo pusimos así
para comprobar que el tamaño era el correcto y se lo cubría todo.
Ahora él ya se lo ha cosido y está bien hecho.
– ¿Quieres decir
él mismo?
– ¡Claro que él
mismo! Ni su madre ni yo sabemos coser. Y lo bien que nos viene que
se aficionara a “Maestros de la costura” y le pidiera a la abuela
que le enseñase. Ahora él nos cose los botones, nos coge los bajos,
nos remienda los calcetines y nos ensancha las sisas. Es un fenómeno.
– ¿Y no os parece
que eso es abusar de un niño de nueve años?
– Ocho, tiene
ocho. ¿Abusar? ¿De qué? ¡Es nuestro hijo! Tú sí que estás
abusando.
– ¡No puedo hacer
esto solo!
– No puedes
hacerlo solo… ¿Me recuerdas otra vez por qué estamos aquí?
– Porque rompí
sin querer el de casa bailando claqué. Y mi mujer me ha exigido que
lleve otro cuanto antes, porque lo de hacer pis y caca sin asiento no
le convence nada.
– Bailando claqué,
por favor… ¡Bailando claqué!
– Me estaba
imaginando que era Fred Astaire, me subí encima zapateando, di un
par de saltos y al tercero… ¡cras!
– No recuerdo
ninguna película de Fred Astaire en la que bailara encima de un
váter.
– Quise aportar mi
toque personal.
– No me lo puedo
creer. Espero que por lo menos te pegaras una hostia de las gordas.
– Hombre, el
trompazo fue de órdago. Pero por suerte el aire intermedio del
sombrero de copa amortiguó el golpe en la cabeza. Aunque se quedó
chafado.
– ¿Sombrero de
copa?
– Sí, como en ese
momento estaba solo en casa, me puse cómodo y sólo llevaba puestos
los zapatos de claqué, los calcetines, los calzoncillos, la pajarita
y el sombrero de copa.
– Tampoco recuerdo
ninguna película en la que Fred Astaire…
– ¡Cállate ya!
Corcho, no puede uno tener personalidad propia.
– Dios, tu esposa
tiene razón cuando dice que estás como una cabra.
– ¿Qué? Pues la
señora esa también ha acertado, ¿eh?
– ¿La del bolso?
¿En qué?
– En lo de
“cliente de puticlub”.
– ¡Me cago en…!
Ya te he dicho que yo sólo voy ahí porque mi mujer se empeña,
porque quiere que aprenda trucos.
– Porque eres un
calzonazos. Si tu esposa quiere trucos, ¿por qué no va ella a
aprenderlos?
– ¡No, si ella
también va! Y más veces que yo. Bah, no sabes lo harto que estoy de
azotes, cuero negro, posturas, instrumentos y chorradas. El sexo no
tendría que ser tan complicado.
– El caso es
quejarse. ¡Pero si no sabes la suerte que tienes! Ya me gustaría a
mí que a mi mujer le gustase experimentar, como a la tuya.
– Pues experimenta
tú con mi mujer, si quieres. Yo ya estoy harto.
– ¿En serio? ¿Qué
me estás proponiendo? ¡Acepto lo que sea!
– Espera, ¿qué
he dicho? ¡No, no, no, no, nooooo! ¡Lo retiro! Era lo que me
faltaba. ¡Contigo noooooo!
– ¿Cómo que
conmigo no? ¿Quieres decir que con otro sí? ¿Por qué?
– ¡Ni contigo ni
con nadie! No pensé lo que decía.
– Ya, ya… Pero
con los del burdel sí.
– Esoooos… son
profesionales. Y no tengo otro remedio.
– Yo también
puedo ser muy profesional cuando quiero.
– Pues ya podías
querer alguna vez en el trabajo. ¡Mira! ¡Ya hemos llegado!
Efectivamente, estaban en la sección textil. Pasearon la vista por encima, identificaron la zona de “Hombre” y caminaron hacia allí. Enseguida fue a atenderles un tipo alto y barbudo disfrazado de Aquaman, con la etiqueta prendida en el disfraz que indicaba que era dependiente del hipermercado.
– ¡Qué bien!
¡Otro de la Liga de la Justicia! –se alegró Federico.
– Buenos días,
¿les puedo ayudar en algo? –dijo Aquaman sonriendo.
– Sí. ¿Los
probadores, por favor? –preguntó Juan Luis.
– Ahí mismo,
señores –contestó el empleado, señalando a la izquierda una
puerta abierta en la pared, sobre la cual había un cartel con la
leyenda “PROBADORES”.
– Ah, bien. ¿Cuál
es el más grande? Tendremos que entrar los dos –señaló Superman.
– El más grande
es el tercero. ¿Ha dicho que tienen que entrar los… dos?
– Eso es. Necesito
probar esto y no puedo hacerlo solo –confirmó Federico, mostrando
lo que llevaba bajo el brazo.
– Peroooo… esto
es para probarse ropa –objetó contrariado el dependiente,
empezando a preocuparse.
– ¡No sea usted
clasista! –protestó Batman.
– Eso. Ahí
solamente pone “probadores”, no “probadores para probar ropa
exclusivamente” –expuso firmemente Superman.
– Bueno, pasen,
pasen… –se resignó el empleado, incapaz de argumentar.
– ¡Acabemos con
esto, que Tarzanín me espera! –exclamó triunfal Juan Luis,
mientras él y Federico entraban en el lugar.
Poseído por una
curiosidad malsana, el dependiente Aquaman entró también en la zona
de los probadores, y acercó el oído al que habían ocupado los
recién llegados. A través de la cortina, escuchó lo que decían:
– Vale, ya estoy
de rodillas. ¿Y ahora?
– Ahora imagínate
que eres el váter de mi casa.
– ¡Vete a tomar
vientos!
– Venga hombre, tú
coge el artefacto y sostenlo con los dos brazos, en posición
horizontal. Eso es. Un poco más arriba, que mi inodoro es más alto…
¡Así! A ver, levanto la tapa… ¡Bien! No chirría. Espera que me
sujeto la capa de Superman por delante para que no moleste. Y ahora
me bajo los pantalones y me siento.
– Oye, oye… ¡Los
calzoncillos no, que no quiero verte el…! ¿Serás cabrón?
– Habrá que
hacerlo bien, ¿no? Me siento. Tú aguanta, ¿eh?
– Humillante, esto
es humillante.
– Pues sí que es
cómodo, y se me ajusta bien.
– Acaba ya, por
favor.
– Yo cuando cago
tardo más tiempo, ¿eh?
– ¡Pero ahora no
estás cagando!
– Me muevo a la
derecha, me muevo a la izquierda…
– ¡Que te
levantes te digo!
– Vaaale. Ya está.
Me levanto y me visto. ¿Contento?
– Dios, esto no se
te ocurra contárselo a nadie.
– El aparato está
bien. Creo que me sirve. Aunque igual debería ir a por el otro
modelo, para probarlo también.
– ¿Quééééé?
¡Ni se te ocurra!
– Bueno, pósalo
en el suelo y déjame que baile un poco encima, a ver qué tal
aguanta. No me he traído los zapatos de claqué porque con el
disfraz de Superman no pegan, pero…
– Esto ya pasa de
castaño oscuro. ¿Quieres que te lo rompa en la cabeza? ¡Nos
marchamos de aquí YA!
– Tío, pero…
– ¡Pero nada!
¡Venga! Vamos a las cajas.
Al oír eso el
empleado se dio la vuelta para largarse, pero no fue lo bastante
rápido y escuchó a sus espaldas la voz de Superman:
– Oiga, ¿qué
hacía usted aquí?
– Eeeeeh… ¿Qué
tal, señores? ¿Todo bien? –preguntó el dependiente, encarándose
con ellos y mostrando una gran sonrisa falsa.
– No estaría
espiándonos –se alarmó Juan Luis.
– Seguro que me
estaba mirando el culo –aseveró Federico.
– No, no, señores,
les aseguro…
– No me gusta nada
cómo nos mira –opinó Superman.
– Tienes razón
–asintió Batman– Parece un tío raro. No es normal como
nosotros.
– Ah, ¿ustedes
son normales? –cuestionó el empleado.
Juan Luis y Federico se
miraron con aprensión.
– Mejor nos vamos
–dijo el primero.
Mientras los dos
clientes se alejaban, Aquaman se quedó parado en la puerta de los
probadores, intentando asimilar lo que había ocurrido. Enseguida
apareció por allí Wonder Woman, que se dirigió a él y le
interrogó:
– ¿Te han dado
algún problema esos que han salido?
– ¿Tú sabes lo
que han estado haciendo?
– Sí que lo sé,
sí. Sé a lo que venían.
– ¿Lo sabes? Pues
estuvieron en nuestro probador, el que nosotros usamos para…
– ¡¿Qué dices?!
¿Han profanado nuestro nidito de amor?
– Sí.
– ¡Oh, es
intolerable! Esto es peor que la vez que nos pilló aquel adolescente
en plena faena.
– No sé, peor que
aquello… Recuerda que el chaval fue a decírselo a su madre, que le
esperaba fuera, y ella entró hecha una furia y empezó a pegarnos
con el bolso.
– Como para
olvidarlo. Uf, la doña Concha, esos también han tenido problemas
con ella.
– ¿Anda por ahí?
Aaaaah, qué repelús, con esa cara que tiene y la mala uva que
gasta. Madre mía, cada vez que me la cruzo me echa unas miradas…
– A mí también,
cariño. Bueno, yo voy a seguirlos, que no me fío de esos dos.
– Vale, vale. ¡Qué
sujetos!
Entretanto, los dos amigos habían llegado a las cajas, pero allí advirtieron que doña Concha estaba en uno de los terminales, cántandole las cuarenta a la cajera porque había una película porno en un televisor, y afirmando que iba a denunciarlo en los periódicos.
– No quiero otro
encontronazo. Mejor esperamos a que termine –propuso Juan Luis.
– Estoy de
acuerdo. A propósito, recuerda que tienes que pagar tú, ¿eh?
–advirtió Federico.
– Perdona, ¿qué?
–se sorprendió Batman.
– Que tienes que
pagar tú –confirmó Superman, mirándole con expresión inocente.
– ¿Yo? ¿Por qué?
– Hombre, en el
disfraz de Batman tienes el cinturón con los artilugios y ahí se
pueden llevar cosas. En cambio, el disfraz de Superman no tiene
bolsillos ni nada. Así que no he traído la cartera. No pongas esa
cara, tío, te lo devuelvo un mes de estos.
– ¡Esto es el
acabose! O sea que me haces perder la mañana, me sacude la señora
con el bolso, te quieres acostar con mi mujer, tengo que aguantar que
me enseñes el culo, ¿y encima pago yo?
– ¿Por qué eres
tan negativo? Lo de tu mujer lo propusiste tú mismo.
– ¿Otra vez con
el tema?
– Es que eso hay
que hablarlo.
– ¡No hay nada
que hablar!
– Bueno, ¿pagas o
no?
– ¡Ahí te
quedas, merluzo! –exclamó Juan Luis “Batman” alzando la mano
en un gesto de hartazgo–. Yo me voy con mi Tarzán –añadió
mientras ponía distancia entre ambos.
– Pero, ¿me vas a
dejar así? ¡Pues el disfraz de Tarzán de tu hijo es una birria!
–le gritó enfadado su compañero.
– ¡Pues tu mujer
va al burdel con la mía, lo que pasa es que no quiere que tú vayas!
–le contestó el otro desde el rincón de “salida sin compra”.
– ¡No! ¡Eso es
mentira! ¡Mentiraaaaaa!
Federico se dio la
vuelta mirando en derredor con desesperación. Había unas cuantas
personas observándole con variadas expresiones de asombro, entre
ellas una a la que identificó:
– ¡Ah! ¡Wonder
Woman! Usted también es de La Liga de la Justicia. Así que podrá
ayudarme, ¿verdad?
– No sé de qué
me habla. Yo voy disfrazada de Margaret Thatcher –contestó ella
atribulada, dándose la vuelta y echando a correr.
– Pero, ¿a dónde
va? –protestó Superman–. ¡Oiga! ¡Oiga! Bueno, es increíble.
¿Y ahora qué hago yo con esto?
...siguen formándose. "He sido de izquierdas, y es muy probable que siga siéndolo, pero hace ya algún tiempo que no ejerzo", escribió en su día el poeta Jaime Gil de Biedma y algo parecido podría decir yo. Mi forma de pensar no ha cambiado, pero no sé si buena parte de la izquierda actual me consideraría a mí de izquierdas. Aunque eso me da igual. Me preocupa más la dinámica de enfrentamiento entre visiones cerradas y absolutas.
INDEPENDENCIA
¿Qué decir ante esta nueva tragedia? Supongo que lo obvio, algo parecido a lo que diría cualquiera.
OTRA VEZ