domingo, 10 de marzo de 2013

¡Muérdeme...!

Hoy os presento un relato de miedo. No porque os vaya a asustar, sino porque quiero que os lo paséis "de miedo" leyéndolo y echándoos unas risas. Una terrible criatura anda suelta por la ciudad. ¡Tened cuidado!

Imagen: [ ricardorobles ]




¡DOY MIEDO!

Despierto. Abro los ojos. No se ve nada. ¿Dónde estoy? Hagamos memoria. Había terminado mi turno de trabajo en la Facultad de Medicina. Tras aparcar el cubo y la fregona en su sitio, me disponía a cambiarme de ropa para volver a casa cuando apareció Julián y nos dijo que había escuchado un ruido extraño que procedía del banco de sangre. Fuimos hasta allí, Carlos abrió la puerta y nos encontramos a un trajeado asiático ventilándose una bolsa de O+. Bebía de ella como si fuera un botijo, sosteniéndola entre las manos y dejando que el chorrito de sangre le cayera en la boca. Al abrir la puerta y pillarle in fraganti nos miró sonriendo. Tenía los ojos rojos y en su dentadura destacaban dos largos y afilados colmillos. No nos impresionó. No es la primera vez que tenemos que echar a alguien que se cree un vampiro, y que luce una dentadura postiza de esa forma. Pero cuando íbamos a echarle mano, el tipo pegó un salto tremendo y desapareció de la vista. Miramos hacia arriba y le vimos gatear por el techo como si fuera Spiderman. Volvió a sonreírnos. Carlos y Julián se miraron y echaron a correr despavoridos. Y, ¿qué fue lo que hice yo? Mmmmm, creo que me quedé un momento pensativo, cavilando sobre cuál sería la mejor manera de proceder. Y de repente lo tuve encima. Jolín, siempre me ocurre lo mismo. Ya decía mi madre que nunca había visto a nadie tan lento de reflejos. Pero es que a mí me gusta pensar mucho las cosas.

Eso es lo último que recuerdo. Ahora me he despertado aquí. ¿Y dónde es aquí? Ni idea. ¿Estoy vivo? ¿Estoy muerto? Pues no lo sé. A ver, ¿puedo mover los brazos? Uno, dos… sí puedo. Me palpo. Parece que estoy cubierto con una sábana. Y debajo de la sábana… este es mi pecho, esta es mi prominente barriga, esta es mi polla… vaya, estoy desnudo.

Me incorporo. Estoy en lo que parece una camilla metálica. ¿Seguiré en la Facultad? Ay madre, que me parece que estoy en el depósito de cadáveres. Sí, mis ojos se están acostumbrando a las sombras con una sorprendente facilidad. Ahora lo distingo todo. Efectivamente, estoy en el depósito. Eso de ahí es la cámara frigorífica. Pero, ¿qué hago aquí? Vale, pensaron que estaban muerto. Pero así y todo... ¿no me han enterrado? A no ser que... maldita sea, ya decía yo que el papel que me dieron a firmar el otro día no era el conforme de las vacaciones. Seguro que era una autorización para donar mi cuerpo a la investigación. ¡Se oyen pasos! Alguien se acerca.

— ¿Así que al final la autopsia de Santi es mañana a primera hora?
— Sí, dicen que hoy no tienen tiempo, que ya es tarde. Tenemos que volver a meterlo en la cámara frigorífica. Ya se han ido todos.
— Pues han tenido todo el día, ¿eh?
— Ya te digo. Pobre Santi. Joder, ¿tú crees que el que le atacó era un vampiro de verdad? ¿No deberíamos haberle clavado una estaca por si acaso?
— ¡No digas burradas! Venga, lo metemos en la cámara y nos vamos.

Reconozco las voces. Pero, ¿qué dicen de “la autopsia de Santi”? ¿Y a quién le quieren clavar una estaca? ¡Por fin! Abren la puerta y encienden la luz. Les miro. Son ellos.

— ¡Julián! ¡Carlos! ¿Qué pasa? — les digo saludándoles cordialmente con la mano.
— ¡SANTI! ¡AAAAAAAH!
— ¡Eh! ¡Volved!

Se han ido corriendo asustados. Iré tras ellos. Me levanto. Así que… ¡me iban a hacer la autopsia! Salgo del depósito. Allí estan, al fondo del pasillo.

— ¡Eh, vosotros! ¡Venid aquí, ho! ¡Que soy yo! Que no os voy a hacer nada.
— ¡Aaaaaaah! ¡Viene a por nosotros!
— ¡Corre, tío, corre!
— ¡Sus ojos! ¿Has visto sus ojos?

Han vuelto a salir pitando. ¡Caray! ¿Qué les pasa a mis ojos? Ay madre, tengo una duda terrible. Voy al cuarto de baño, que está aquí al lado. Debería vestirme también, no voy a pasearme por ahí desnudo. Pero primero al baño, que estoy intranquilo. Aquí está. Entro. Enciendo la luz. Voy hacia el lavabo. ¡¡HOSTIA!!

Hay que joderse, no me reflejo en el espejo. ¡Mi madre, soy un vampiro! ¡Es cierto! Me toco la boca. ¡Qué pedazo de colmillos! Y tendré los ojos rojos. ¡Doy miedo!

Salgo del baño. ¿Y ahora qué hago? ¿Los vampiros sólo se alimentan de sangre o también pueden comer patatas fritas, chorizos criolllos, pollo asado y otras cosas? No sé, tendré que enterarme.

— Qui… quieto. No te muevas.
                                             
¿Quién? Me doy la vuelta. Es un guarda de seguridad. Me apunta con la pistola. Bueno, es un decir porque tiembla como una hoja. Si disparara, no sé adónde iría a parar la bala. Le deben haber avisado esos dos. Hombre, a Carlos y Julián no los voy a morder. Son colegas. Pero este siempre se estaba metiendo conmigo. Pues se va a enterar.

— ¡Quieto! ¡Quieto o disparo!
— Dispara, dispara, que las balas no nos hacen ningún daño a los vampiros.

¡BANG! ¡BANG! ¡Ay!  Joder, cómo duele. Matar no me matarán, pero daño sí que hacen. ¡Maldito capullo! Se supone que los vampiros tenemos una fuerza sobrehumana, ¿no? Vamos a comprobarlo. Me acerco. El tío parece a punto de cagarse encima. Le agarro del brazo. Le quito la pistola y la arrojo al suelo.

— ¡Noooo!
— Perdona, Luciano, ¿eh? No es nada personal. Solamente quiero hacer una prueba.
— ¡No me muerdas!
— No, tranquilo. Solamente te voy a dar una hostia para comprobar lo fuerte que soy.

¡Lo levanto! ¡Lo sostengo con una mano y sin esfuerzo! ¡Qué bárbaro! ¡Soy Superman!

— Ahora te voy a pegar, ¿eh, Graciano? ¿Estás listo?
— ¡Noooo!

¡PAF! ¡Toma castaña! ¡Lo he mandado a la otra punta del pasillo! ¡Soy tremendo! Estoy hecho un mulo. Creo que lo he matado. Me acerco corriendo. Pues sí. Está en las últimas.

— Lo siento, Mariano. No era nada personal.
— Me llamo… Luis… gilipollas.

Buf, se ha muerto. ¿Por qué habrá dicho eso último? Bueno, es terrible pero debo acostumbrarme. Ahora tengo que matar para sobrevivir. Je, je, creo que voy a hacerle una “visita” al nuevo marido de mi ex-mujer. Se va a cagar el musculitos ese. Ay, Yolanda, Yolandita, te vas quedar solita.

Tengo un poco de hambre. ¿Qué hago? ¿Le chupo la sangre? No, espera, según Entrevista con el vampiro, no podemos beber sangre de muerto. Pues el vampiro que me convirtió estaba bebiendo sangre de una bolsa. Y tan pancho. Claro que era sangre extraída de alguien vivo y luego congelada. No sé, mejor no me arriesgo. Pasaré por el banco de sangre y pillaré unas bolsas. Me deslizo sigiloso por los desiertos pasillos. No me hace falta encender las luces, veo perfectamente en la oscuridad. ¡Me he vuelto nictálope! Debe ser bastante tarde. No se ve a nadie.

Ah, ya llego al nivel de la calle. Ahí está la puerta de doble hoja con ventanucos redondos que da al hall de entrada. Para ir al banco de sangre tengo que cruzarlo. Miro hacia fuera. Entra un poco de luz por los ventanales, todavía no debe haber anochecido del todo. En el Drácula que dirigió el americano ese, el Francis… For… Cópula, creo que se llama así, en esa película el vampiro puede moverse de día, aunque con sus poderes disminuidos. Sin embargo, en todas las demás pelis de vampiros que recuerdo, el sol los mata. Así que cuidado. Abro la puerta y paso. Aquí no llega la luz. Veamos… ahí acaba la sombra. Me agacho y aproximo la mano al inicio de la zona débilmente iluminada por el sol. Voy a poner la puntita del dedo anular de la mano izquierda. Sí, ya le da la luz. ¿Pasa algo?

Pues empiezo a notar un calorcillo… ¿Calorcillo? ¡Ah! ¡Quema! ¡Quema! ¡Quemaaaa! Soplo, soplo. ¡Buf, cómo duele! Como pille yo al Cópula ese, lo degüello.

Vale, tendré que esperar a que se quite el sol del todo. Vuelvo a entrar por la puerta que da a la zona restringida. ¡Oye! Mientras tanto, probaré a transformarme en lobo o en murciélago. En murciélago mejor, es más típico. A ver, voy a intentarlo. Me concentro. Murciélago, voy a ser un murciélago. Murciélagooooo. Me concentro. Me concentro más. Y más. Y más. Concentración, concentración. Murciélago, murciélago. Venga, ahora o nunca. Un, dos, tres… ¡transformación!

Mmmmm… han pasado cinco minutos y sigo siendo un tío gordo y en pelotas. Esto no debe funcionar así.

Pues ya lo solucionaré luego. A ver… ¡sí, ya se ha quitado el sol! Atravieso el hall de entrada y me dirijo al vestuario del personal. Me pongo un conjunto sanitario típico: casaca, pantalón y encima una bata blanca. Se va a pensar la gente que estoy de carnaval, pero bueno. ¿Carnaval? ¡Acabo de tener una idea! Ya vendré después a por la sangre. Recuerdo que no lejos de aquí hay una… Sí, allí encontraré lo que necesito.

Vuelvo al hall y miro el reloj grande de la pared. ¡Qué tarde es! ¡Venga, que van a cerrar! A la calle. A estas horas, las puertas de la Facultad están cerradas, pero con lo bestia que soy, no creo que tenga problemas. Me lanzo y… ¡¡boooombaaaa!! He atravesado la puerta como si nada. Jo, parezco el Terminator. ¡Soy la pera! Me sacudo los cristales rotos y a correr.

La gente me mira extrañada por la calle. Un gordinflas vestido de médico con la mirada inyectada en sangre y corriendo como un poseso. Se apartan para dejarme pasar. Pues mejor, así llegaré antes. ¡Allí está la tienda de disfraces! Entro. En el interior hay un señor con bigote que me mira con los ojos como platos.

— Disculpe, soy un vampiro y necesito ropa adecuada. ¿Tiene un disfraz de Drácula de mi talla?
— ¡Aaaaaaah! ¡Socorroooo!

Hala, otro que sale corriendo. Habrá sido por los ojos. En fin, buscaré yo el disfraz. Por aquí no, por aquí tampoco… Esa debe ser la puerta del almacén. Pues allá vamos. Eso no, eso no, no, no, no… ¡aquello parece…! ¡Sí! Ajá. Disfraces de vampiro. Bah, tampoco es que sean muy allá. De este sólo me vale la capa. El resto es una birria. Yo quiero algo auténticamente señorial y elegante. Combinaré cosas. Eso de ahí parece un traje de caballero del siglo XIX. Pero no es de mi talla. Eso otro… podría ser, y hay varias tallas. ¡De la mía también! No tengo ropa interior, pero me la pondré cuando llegue a casa. De momento, me visto. Ahora sí que doy el pego. Estoy de un guapo subido. La faja esta me aprieta pero me disimula la barriga. Estoy imponente. La ropa médica que traía la meteré en una bolsa.

Salgo de la tienda y me tropiezo con el dueño, flanqueado por un par de policías.

— ¡Ese es! ¡Ese es!
— ¡Alto! ¡Queda usted detenido!
— ¡Y una lechuga fresca! Pilladme si podéis.

Salgo corriendo. Podría enfrentarme a ellos, pero ahora no me apetece llamar mucho la atención. La calle está llena de gente y no sé si podría con todos. Por suerte eso hace también que no se atrevan a disparar. Les estoy sacando ventaja rápidamente. Si es que parezco Usain Bolt. ¡Cómo corro! Esto de ser vampiro es una pasada. Doblaré rápido por esa esquina y luego me meteré en una calle estrecha que conozco a ver si les despisto. Si me supiera transformar en murciélago… Me imagino volando por encima de las casas. ¿Eh? ¿Qué me pasa? ¡Qué sensación más extraña! Pero… ¡Vuelo! ¡Vueloooo! ¡Me he transformado! Vaya, no se trataba de concentrarse sino de visualizarlo, y funciona casi como un acto reflejo. Menos mal que ya estaba en el callejón. Creo que no me ha visto nadie transformarme. ¡Yupiiiii! Desde aquí veo a los policías pasar de largo. Asunto arreglado. Esto tengo que ensayarlo. Volveré a bajar y me visualizaré como humano. Listo. ¡Funciona! Pero… ¿qué hago yo en pelotas otra vez? ¿Y la ropa? Ah, ya la veo, se debió quedar ahí en el suelo cuando eché a volar. Así que cuando me transformo la ropa no se transforma conmigo. Pues menuda mierda. Oye, en las películas, los vampiros no tienen este problema. No pierden la ropa por el camino.

Vaya, ahí está la bolsa con la ropa que llevaba al salir de la Facultad. También se había caído. Pues en vez de vestirme, meteré el disfraz en la bolsa y me transformaré. Visualización y… ¡bingo! Ya le voy cogiendo el tranquillo. Ahora a ver si puedo llevar la bolsa con los dientes. ¡Puedo, puedo! ¡Hala, volando a casa! ¿Por dónde es? Espero no despistarme. A vista de pájaro y siendo de noche no reconozco bien las calles.

¡Volando vooy! ¡Volando vengooo! ¡Soy un vampirooo… y estoy contentooo! Ya veo mi edificio. La ventana de mi dormitorio está abierta. ¡Olé! Pues entro volando. Correcto. ¡Qué bien lo he hecho! Esto de volar mola. Me parece que oigo algo. Igual está mi hija. Espero no asustarla mucho. ¿Se alegrará de verme? Bueno, primero me transformaré en humano y a vestirme, con ropa interior y todo. Qué alegría estar en casa.

Ya estoy listo. ¿Saldré ya? Espera, tengo una idea, aquí en el cajón tengo una navajita. Me la meto en el bolsillo. Porque una cosa me intriga, ¿cada vez que muerda a alguien se transformará en vampiro? ¿O tienen además que beber de la mía, como en Entrevista con el vampiro? Ni idea, por eso quiero la navajita. Así puedo rajarle el cuello a la gente sin morderlos, y estar seguro de que no los convierto. Creo que David Bowie lo hacía así en El ansia.

Salgo al pasillo. ¿Dónde está mi hija? Esa mochila de ahí la conozco... debe estar con su amiga Mari Carmen. Pobrecilla. La muy tonta, por culpa de Marta se ha hecho gótica también. Con lo monina que era y ahora va hecha un adefesio. A mí no es que me haga mucha gracia que mi hija sea gótica y vaya con esas pintas, pero como a Yolanda eso directamente le repugna y cada dos por tres la está riñendo por ello, yo siempre le he manifestado a Martita mi apoyo. Es una forma más de jorobar a mi ex.

Me parece que están en su cuarto. Las oigo hablar.

— Pobre papá… pobre papá.
— Sí, él siempre te apoyaba.
— Era tan bueno… Cuando me peleaba con mi madre siempre sabía que podía venir aquí y que él me comprendería. Estaba a punto de contárselo.
— Lo sé. Lo sé.
— Menos mal que estás tú para consolarme. Sigue lamiendo, sigue.

Qué emoción. Se me saltan las lágrimas. Pobrecilla. ¿Contarme qué? ¿Y qué ha querido decir con “sigue lamiendo”? Me asomaré un poquito a ver qué hacen... ¡Oh! Carajo, ahora me entero yo de que mi hija, además de gótica, es lesbiana. Ahí están, dale que te pego. Míralas. Qué cosas descubre uno. Je, las podría morder. Así serían góticas, lesbianas y vampiras. ¡Menuda combinación! Espera… ¿se dice vampiras o vampiresas? Bueno, tengo que decírselo. Daré unos golpecitos en el marco de la puerta. Toc, toc, toc.

— ¿Qué ha sido eso? — dice Mari Carmen.
— ¿Marta? — digo yo alto y claro.
— Mari, ¿tú has oido?
— Sí, ¿pero quién es?
— Marta, ¿estás ahí?
— ¡Ahí hay alguien, y parece…! Voy a salir a ver.
— ¡No! ¡No salgas!

La oigo vestirse. Ahí sale mi nena. Temblando. Está asustadísima. Abre la boca y me mira sin comprender. Tengo que decir algo.

— ¡Marta, cariño! ¡Hija mía!
— ¡PAPÁ! ¡PAPÁ, ESTÁS VIVO!

¡Se tira a mis brazos! ¡Cómo me quiere! ¡Qué felicidad! La abrazo, la lleno de besos. Está llorando. Pero tengo que explicarle la situación.

— Papá… no lo entiendo. Yo te vi en el depósito. Mamá no quiso ir a identificarte y tuve que hacerlo yo. ¡Dijeron que te iban a hacer la autopsia! ¡Fue horrible!
— ¿Pero de verdad es tu padre?

Eso lo ha dicho su amiga, que ha salido también de la habitación. No se ha molestado en vestirse. Ahí está, enseñándolo todo.

— Mari Carmen, preciosa, deberías ponerte algo — le aviso.
— ¡Ah…! — se sorprende, volviéndose a meter en el cuarto.
— Papá, yo… — dice mi pequeña, intentando explicarse.
— Tranquila, hija. No tengo ningún problema con que seas lesbiana. Yo te quiero y te acepto como eres. Siempre te querré y siempre te aceptaré.
— ¡Lo sabía! ¡Sabía que lo comprenderías! —Me abraza otra vez—. Mari, ¿has oído?
— ¡Sí! — contesta la aludida desde dentro.
— Marta, tengo que decirte algo.
— ¿El qué?
— Que en realidad no estoy vivo, hija. Pero tampoco muerto. Yo… soy un vampiro.
— ¿Quéééééé?
— Que soy un vampiro.
— Pero, papá, ¿qué dices?
— Mira, hija —le digo apartándome.

Me transformo en murciélago delante de ella. ¡Rayos, otra vez la ropa al suelo! Menudo problema es este. Vuelvo a cambiar a humano y me tapo rápidamente la pirula con las manos.

— ¿Ves? Lo malo es que no ocurre como en las películas. La ropa no se transforma conmigo y cuando vuelvo a cambiar estoy en pelo…
— ¡¡PAPÁ!! ¡Eres un vampiro de verdad!
— Ya te lo he dicho. Espera un momento, que voy a vestirme. —Me agacho a coger la ropa del suelo.
— ¡¡PAPÁ!!
— Dime.
— ¡¡MUÉRDEME!!
— ¿Cómo?
— ¡Muérdeme, papá, muérdeme! ¡Es la ilusión de mi vida! ¡Quiero ser vampira!
— ¿No se dice vampiresa?
— Sí, es vampiresa, Marta. Tiene razón tu padre — dice Mari Carmen, que ha salido de la habitación ya totalmente vestida.
— ¡Como sea! ¿Te das cuenta, Mari? ¡Es un VAMPIRO! —exclama histérica mi hija.
— Cariño, no grites tanto, que se va a enterar todo el mundo.
— ¡Oh, tienes razón, papá! Lo mantendremos en secreto. Pero tú muérdeme, ¿eh?
— ¡Y a mí también!
— Claro, a Mari Carmen también.
— ¡Y a toda la pandilla!
— ¡Eso! ¡Es el sueño de todos los góticos! ¡Convertirnos en vampiros! Ja, ja, ja, los emos que conocemos se van a morir de envidia.                                                                                                                             

Esto es ridículo. Aquí estoy yo en cueros, tapándome los genitales con una mano mientras con la otra sostengo la ropa. Y estas dos adolescentes quieren que empiece a morder a todo el mundo. Diré alguna chorrada a ver si las convenzo.

— ¡No, pequeñas! ¡No queráis compartir mi terrible condena!
— ¿Cómo que no? ¿Qué condena? ¡Muérdeme, papá, muérdeme!
— ¡Y a mí además tómame! ¡Tómame!
— Pero, ¿qué dices, tía?
— ¡Ahora mismo! ¡Venga! ¡Hazme tuya!
— ¿Serás putón? Oye, tu novia soy yo.
— Marta, compréndelo, yo te quiero, pero es que él… ¡es un vampiro! Y verlo desnudo me está poniendo caliente.

Mi madre, a que se lían a guantazos. Tengo que salir de aquí. ¿Morderlas? ¡Ni por asomo! Cualquiera las aguanta hechas unas inmortales.

— Bueno, yooo… me voy a vestir y luego a dar una vuelta. Luego nos vemos, ¿eh?
— ¡No, papá! ¡Vuelve!
— ¡Inyéctame tu sangrienta savia!
— ¿Quieres dejarlo ya? ¡Eres una guarra! ¡Tu novia soy yo!

Salgo por la puerta del piso. Me visto en el rellano de la escalera. ¡Vaya dos! Todavía se las oye discutir. Resolvamos algunas necesidades acuciantes. Tengo hambre, corcho. Jolines, que todavía no he catado la sangre. Bajo en el ascensor. “Tómame”, “tómame”… ¡Claro! Es que los vampiros somos grandes seductores. ¡Qué bien! Mi vida sexual va a mejorar un montón. Ya es de madrugada, pero igual tengo suerte. Salgo a la calle. A dos manzanas de aquí hay un pequeño callejón donde ocultarme mientras vigilo a mis presas. Justo allí. ¡Qué nervios! Pasos. Por ahí viene una. Bah, muy fea, no me gusta. Que se vaya. Espero. Más pasos. Me asomo. ¡Menudo bombón! A esta me la cepillo. Aparición sorprendente, un vuelo de capa, contacto visual, pose seductora y voz de conquistador…

— Hola. Soy El Señor De La Noche.
— Sí, espere…

¿Qué hace? ¿Qué está sacando del bolso? ¿Qué es eso? ¡Aaaah! ¡Zorra! ¡Me ha echado un spray en los ojos! ¡Ay, qué patada en los huevos! ¡Ay, qué puñetazo! ¡Y ahora con el bolso! Se ha ido corriendo. ¿Será cerda? Corcho, que no le iba a hacer nada, sólo quería tirármela. Pues a esta no la perdono. Ahora voy a por ella y la dejo sin una gota de sangre. ¿Por dónde se habrá ido? Le preguntaré a ese tío que esta ahí sentado en un banco.

— Oiga, ¿ha visto pasar a una mujer corriendo?
— ¡Aaaaah! ¡Un vampiro!

Se ha desmayado. Anda que… desde luego, estoy empezando a pensar que mi hija tiene mucha suerte de haber salido lesbiana. ¡Menuda birria que son los hombres de esta puñetera ciudad! Pues mira, aprovechando la circunstancia, voy a cenar. Hice bien trayéndome la navajita. Espero no pringarme demasiado el traje. Me agacho, le rajo el cuello y… ¡bravo! Ya empieza a fluir. A beber. ¡SLURP! ¡SLURP! ¡Coño, pues está buena! ¡GLUB! ¡GLUB! ¡GLUB! El tipo se ha despertado, pero lo consigo sujetar sin problemas. ¡Ah, qué rica y qué fresca! Esto me va a gustar. El hombre ya no se agita. Debe estar muriéndose. Un momento, oigo pasos. Levanto la cabeza. Se acerca una viejecita andando con un bastón.

— Buenas noches.
— Buenas noches.
— Disculpe, joven. ¿Qué está usted haciendo con ese señor?
— Nada, le estoy chupando la sangre. Es que soy un vampiro, ¿sabe?
— Ah, muy bien. Tiene que haber de todo en este mundo. Siga, siga, no quiero molestarle.
— ¡No, si no molesta! Gracias. Buenas noches, señora.
— Buenas noches.

Se va caminando. Es simpática. ¡Qué frágil y desvalida parece! ¿A dónde irá a estas horas de la noche? Bueno, yo a lo mío. ¡GLUB! ¡GLUB! ¡GLUB! Terminé. ¡Me siento lleno de energía! Ahora a ver si encuentro un sitio para pasar el día. Creo que los vampiros tenemos que descansar en la misma tierra en que fuimos enterrados. ¡Pero a mí no me enterraron! Leches, ¿dónde se supone que tengo que dormir? ¿Tendrá que ser en un ataúd por narices? No creo. Bueno, de momento iré a la casita de mis padres en el pueblo, a diez kilómetros de la ciudad. Está cerrada a cal y canto y casi vacía. Sólo vamos allí algún día por el verano. Pero servirá para empezar. Volando llegaré pronto. Me vuelvo al callejón, me desnudo, pongo la ropa en la bolsa, me transformo, cojo la bolsa con los dientes y allá voy.

Ya estoy llegando. He tenido que parar a descansar dos veces. ¡Dichosa bolsa! Decidido, la próxima vez iré por ahí tal cual. Y si me ven desnudo que me vean. Ahí está el pueblecito. Y allí la casita. ¡Un momento! Hay alguien esperando, sentado en las escaleras de la puerta. ¡Rayos! ¿Quién es ese tipo?

Bueno, yo desciendo, ahí en el parque no hay nadie. Me visto rápidamente y echo a andar por la cuesta empedrada en dirección a la casa. El extraño me ha visto. Se levanta a saludarme. Es un tipo delgado y fibroso, de rostro cetrino y mirada aviesa. Va vestido con ropa ajustada pero cómoda. A sus pies hay un maletín.

— Buenas noches. Ya era hora. ¿Hablo con el no-muerto don Santiago Jesús Santamaría San José?
— Pues… sí.
— Encantado. Me presento. Mi nombre es Aurelio Gordetutxundizubietabarrena Smith-Jones.
— ¡Jo! ¿Y no le da vergüenza?
— No, y permítame que le diga que, para ser un vampiro, su nombre es completamente ridículo, con todos esos santos.
— Bueno, ¿y qué coño quiere?
— Le explico. Soy agente especial del Ministerio del Interior.
— ¿Y a mí que me cuenta?
— ¿Le importa si entro? Tengo que decirle cosas importantes.
— Sí, claro, cómo no, pase, pase. Parece usted sano y tendrá buena sangre.

Abro la puerta y entramos en la casa. Está llena de polvo por todas partes. El desconocido mira el lugar con evidente desagrado.

— ¡Hum!… Trabajo para la Secretaría de Estado de Misterios y Canguelos, Dirección General de Vida Paranormal, Sección de Monstruos Útiles. Son órganos secretos, evidentemente. He venido a comunicarle que, habiendo adquirido usted la condición de vampiro, tiene la obligación de inscribirse en el Registro de Chupasangres Activos. Le he traído el formulario.
— ¿Me está tomando el pelo?
— De ninguna manera. —Se agacha, abre el maletín, y me tiende un impreso normalizado y un folleto—. Aquí tiene. Asimismo, en ese folleto tiene usted información sobre la normativa vigente, en especial en lo referente a las personas que puede matar y las que no.
— ¿Las personas que puedo matar…?
— Hombre, no pensará usted que puede ir por ahí matando a quien se le antoje. Para empezar, no puede usted matar políticos, ni multimillonarios, ni personal directivo ni miembros del Consejo de Administración de grandes bancos y empresas, tampoco futbolistas de primera división ni deportistas de alto nivel en general, excepto ciclistas y atletas, que no están protegidos por el Convenio. Ah, no se olvide de esto. Es muy importante. — Me entrega lo que parece un pequeño dispositivo eléctrico, parecido a un puntero láser pero más grande, con un par de botones y tres pilotos apagados.
— ¿Y esto qué es?
— Es un detector. Debe llevarlo encima siempre. La gente no lo sabe, pero el D.N.I. electrónico lleva incorporado un chip que indica si una persona es “matable” o no. Con ese botón se enciende y se apaga. Cuando esté pensando en cargarse a alguien, déle al otro botón. Esta punta proyectará un haz de luz ultravioleta (invisible al ojo humano) que debe dirigir hacia el bolsillo de su víctima, hacia donde lleve la cartera. Si el tipo es “matable” se encenderá en el detector una luz verde. Si no lo es una luz roja. Y si el hombre no lleva D.N.I. encima o el aparato no lo detecta, una luz ámbar. Como un semáforo. Tiene un alcance de 20 metros y funciona con pilas AAA que, eso sí, tendrá que comprar usted.
— ¡Vaya! ¿Y a quién se supone que SÍ puedo matar?
— Pues parados, currantes, pensionistas, funcionarios, inmigrantes, minusválidos, personas sin hogar, pobres diablos en concepto general… ¡hay mucho donde elegir! Todo lo que sea aliviarle cargas al Estado es bienvenido.
— ¿Niños también?
— No, hombre, niños no. ¿Nos ha tomado por monstruos? Cualquier recién nacido es un genio del balón o un diputado en potencia. Hombre, a un niño minusválido… sí lo puede matar. Pero no se olvide de matar también a sus padres, para que no sufran. Hay que ser humanitario.
— Esto es aberrante. No pienso rellenar ningún formulario. Y ese detector ya se lo puede ir metiendo por el culo.
— No se me ponga gallito que yo soy combatiente vampírico experto Blade quinto dan, con diploma Buffy y máster Van Helsing.

Levanta una pierna y se pone el pie a la altura de la oreja, estira los dos brazos, el primero hacia delante extendiendo la mano, y el otro hacia arriba señalando al cielo. Me mira fijamente.

— Pero, ¿qué hace? —le pregunto.
— Posición de combate número veintisiete. Ataque si se atreve.

¡Encima se chulea! A por él. ¡Rayos, qué salto ha pegado! ¿Dónde está? ¡Ay, qué patada en la cabeza! Me ha tirado al suelo. Me incorporo. Es rápido el cabrón. Pero yo también. Ahora lo agarro y… ¡qué escurridizo! ¡Ay, me ha dado otra patada! Joder, se mueve como Keanu Reeves en Matrix. ¡Ay, ay, ay! ¡Qué paliza me está dando! ¡Ay!

— ¡Vale, vale, me rindo!
— Mire que se lo había advertido. Y dé gracias que no haya traído el sable, porque si no lo corto en rodajitas. Rellene el formulario.
— Está bien, está bien. ¡Ostras! ¿Qué es eso? Mire p’allí.
— ¿El qué?

¡PAF! ¡Toma hostia! Picaste, imbécil. Se tambalea, tengo que aprovechar ahora. ¡Toma, toma, toma, toma y toma! Ja, le he dejado la cara hecha un mapa. Me saco el puñalito del bolsillo, le rajo la garganta y a chuparle la sangre. ¡SLURP! ¡SLURP! ¡GLUB! ¡GLUB! ¡GLUB! ¡Me está sabiendo a gloria! Hala, ya está liquidado, tanto Blade y tanta puñeta.

Lo que me ha preocupado es todo eso que dijo. ¿Será verdad? Claro que lo es. ¡Qué hijoputas! ¿Y ahora qué hago? Jo, es que ni siendo vampiro te libras de los problemas. ¡Qué desastre! ¿Cómo rayos me habrán localizado tan pronto? Tendré que buscar otro sitio para pasar los días. Y rápido, porque seguro que ahora van a ir a por mí. Estoy acojonado. ¡Putos cabrones! Pues conmigo no podréis. A partir de ahora, seré un Vampiro Indignado. ¡Tiembla, mundo!


5 comentarios:

  1. Jajaja, muy bueno, Rume!! Me he escojonao de risa... Lo del ministerio y la sección de vida paranormal ya han sido la puntilla. Bienvenido al mundo de los relatistas. Un abrazo!!!

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    1. ¡Muchas gracias, sastrecillo! Pues que sepas que el personaje me ha caído simpático y, como el final del relato da pie a ello, no te extrañes si dentro de unos meses la historia tiene continuación.

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  2. Bueno Alejandro, tienes el guión perfecto para una de las películas de las que concurren a "Peor imposible". Tiene muy buenos golpes: lo del botijo, el Francis ese y el remate lo del superfuncionario del ministerio de interior, vamos, un bárcenas cualquiera. Alguna errata: si se mira al espejo y no se ve, no puede ver cómo tiene los ojos... Y sí, es hiperrealista.

    Lupe.

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    1. ¡Muchas gracias, Lupe! Mira que lo releí dos veces antes de publicarlo para eliminar errores e incongruencias (de hecho eliminé alguna) pero de ese fallo tan evidente no me había percatado. Gracias por el aviso, ya lo he corregido. Celebro que te haya divertido.

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  3. Vale! A cualquiera le puede pasar, si no se es vampiro... o vampiresa profesional...
    Saludos!

    Lupe

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