sábado, 13 de julio de 2013

Hoguera de campamento...

Ya estoy de vuelta. Qué bien se está de vacaciones. Últimamente no me prodigo mucho, pero espero solventar eso pronto. Estamos en verano, y me he decidido por un poema-cuento, o un cuento-poema. La idea era escribir algo digno de recitarse de noche, al aire libre, delante de un grupo de niños y adultos sentados, formando un corro, alrededor de una hoguera de campamento. A ver qué os parecen estos 200 dodecasílabos asonantes con cesura.

Imagen: por una vez, la foto es mía



LOS NIÑOS DE LA NIEBLA
(Balada de Trino y Enebro)

Con un vaso roto la historia comienza.
Un vaso que rompe por simple torpeza
un niño de ocho años que se llama Esteban.
Como reprimenda, su padre le pega
cuatro bofetadas con la mano abierta.
Después, con un grito, su madre le ordena
que se vaya al bosque para traer leña
pues aunque es verano, en la solariega
casa que alquilaron, sita en la ladera
de un boscoso monte, cerca de una aldea,
hay algunas noches en que el frío aprieta.
El niño obedece, recoge una cesta
y, muy compungido, sale por la puerta.
Sus padres le pegan con mucha frecuencia
y, mientras camina, el pequeño piensa
que no está seguro de que ellos le quieran.
- “Era sólo un vaso, un vaso cualquiera”,
se dice a sí mismo lleno de impotencia.
Absorto en su amarga y muda tristeza
no mira hacia dónde le llevan sus huellas,
da pasos sin rumbo entre la arboleda
recogiendo ramas que arroja en la cesta.
Al cabo de un rato, cansado, se sienta
y entonces se alarma, porque se da cuenta
de que se ha perdido. No tiene ni idea
de por dónde ha ido ni dónde se encuentra.

Sabe que si tarda le espera una buena,
y empieza a llorar, cuando por sorpresa,
una voz que dice, infantil y tierna:
- “¿Quieres ser mi amigo?”, a su espalda suena.
Esteban se asusta, y se da la vuelta.
Subido en el árbol que se halla más cerca
hay un niño extraño que alegre le observa.
Su cabello es verde, y su ropa es negra.
Esteban pregunta, con cierta cautela,
mientras con la manga sus lágrimas seca:
- “Hola, ¿tú quién eres?”; y el niño contesta:
- “Yo me llamo Trino, y tú eres Esteban”.
- “¿Cómo sabes eso?”. Trino se descuelga
del árbol de un brinco, se acerca a su vera
y entonces responde: - “Por esa cadena
que llevas al cuello, con tu nombre en ella”.
- “¿Y desde tan lejos podías leerla?.
No puedo creerlo. ¡Qué vista  más buena!”.
- “¿Estabas llorando?”, Trino se interesa.
- “Es que me he perdido”, Esteban confiesa.
- “Pues no tengas miedo. ¡Estas son mis tierras!
Me sé de memoria caminos y sendas.
Te llevaré a casa, pero antes... ¡espera!
Muy cerca hay un lago, y también hay cuevas.
Si vienes conmigo, te llevaré a verlas”.
Con una sonrisa, Esteban acepta
y siguiendo a Trino por una vereda
se interna en el bosque, dejando la cesta.
Trino es muy gracioso, y pronto congenian.
Los dos se persiguen entre la floresta
y chillan y corren y ríen y juegan.

Llegados al lago que Trino dijera,
ambos se despojan de sus vestimentas
y nadan desnudos en las aguas quietas.
Después de nadar, se echan en la hierba
permitiendo al sol dejar su piel seca.
Hay rasgos de Trino que a Esteban le inquietan:
que manchas mohosas recubren sus piernas,
que tiene en el pecho verdosos eccemas,
que son puntiagudas sus grandes orejas
y que el pelo verde que hay en su cabeza
más parece musgo que allí le creciera.
Pero no parece que nada le duela,
es un niño alegre de risa sincera,
nada como un pez, y es un gran atleta:
trepa por los árboles con gran ligereza,
se baja de un salto, y da volteretas.
Esteban lo pasa muy mal en la escuela
pues sus compañeros jamás le dan tregua:
es blanco de burlas, pelele en peleas
y nunca ha tenido amigos de veras.
Así que decide obviar las rarezas
y seguir con Trino, pues puede que fuera
el mejor amigo que jamás tuviera.

Luego de vestirse, Trino lleva a Esteban
cerca de la cima, donde están las cuevas.
Juegan a esconderse, y después se esmeran
en proferir voces que el gran eco aumenta.
Allí, medio oculta, hay una escalera
tallada en la roca. Ascienden por ella
y tras deslizarse por un par de grietas
alcanzan un claro entre grandes peñas.
Trino alza su brazo y toca una piedra,
hace un gesto extraño, luego canturrea
y en la misma roca, Esteban contempla
por arte de magia, abrirse una puerta.

Una hora más tarde, el niño despierta.
Está bajo un sauce, echado en la hierba
y a sus pies se halla la cesta de leña
repleta de ramas de las que no acierta
a recordar cuándo pudo recogerlas.
Se acuerda de Trino, pero sólo alberga
una impresión vaga de lo que ocurriera.
- “Tal vez lo he soñado”, dice con tristeza.
Entonces advierte que el pueblo está cerca
y, rápidamente, vuelve a la carrera
a la casa donde sus padres le esperan
bastante enfadados, como ya previera. 

Esa noche es clara, y en la luna llena
un presagio oscuro se instala en la aldea.
Nadie se emborracha hoy en la taberna.
Todos sienten miedo, y todos se encierran.
Cuando dan las doce, una bruma espesa
desciende del monte y al pueblo rodea.
Dentro de las casas, los ancianos tiemblan
pues ellos conocen las viejas leyendas.
Algo más arriba, en la solariega
casa de montaña, Esteban se queja.
Han vuelto a pegarle después de la cena
por haber tardado tanto con la leña:
nueve latigazos con una correa
en la piel desnuda de nalgas y piernas.
Echado en la cama, triste se lamenta
cuando de repente, un ruido le llega
desde la ventana. Esteban bosteza,
se levanta a ver, y atónito observa
a su amigo Trino flotando en la niebla
que con sus nudillos el cristal golpea.

Fascinado y mudo, Esteban se acerca
y abre la ventana. Trino ríe, entra,
le da un fuerte abrazo, y luego le cuenta:
- “¡Gracias! Buenas noches, mi querido Esteban.
Hay algo importante que quiero que sepas.
Mi corazón hace ya tiempo que anhela
tener un amigo, alguien que pudiera
compartir mis juegos, y ser mi colega.
No sé si conoces las historias viejas
de duendes del bosque que a veces se cuentan.
Pues yo soy un niño de esa raza añeja
y en estos parajes mi madre gobierna.
Hoy, tras conocerte, me ha dicho que acepta
transformarte en duende si así lo deseas.
Podrás hacer magia, volar en la niebla,
hablar con los plantas, hablar con las fieras
y otras maravillas que tal vez no creas.
Pero existe un precio para esa propuesta
y es que deberás olvidar quién eras”.
Esteban no sabe qué hacer y se queda
inmóvil un rato, al tiempo que piensa
en cómo se burlan de él en la escuela,
y en sus propios padres, que siempre le pegan.
No hay nada en su vida que valga la pena,
ni amigos que el nombre de amigo merezcan.

Cuando esa mañana, sus padres despiertan
y van a su cuarto, allí sólo encuentran
la cama vacía, la ventana abierta
y en el suelo restos de musgo y de tierra.
Le llaman a gritos: “¡Esteban! ¡Esteban!
pero nadie viene, y nadie contesta.
La búsqueda dura semanas enteras.
Cientos de personas toman parte en ella.
Buscan en el bosque, buscan en las cuevas,
se emplean aviones, técnicas modernas
y perros expertos que todo rastrean.
Algunos descubren aquella escalera
que parece parte de una antigua senda
y llegan incluso al claro entre piedras,
pero allí no hay trazas de ninguna puerta
pues sólo la magia hará que aparezca.
Nada se consigue, nada se demuestra,
no se encuentran rastros, ni pruebas ni huellas
y, sin resultados, al fin se cancela
la búsqueda, mientras los padres de Esteban
lloran, desfallecen y se desesperan.
Desde ese momento y hasta que se mueran
vivirán su vida como una condena
añorando al hijo que un día perdieran.

Todo se halla en calma bajo las estrellas
cuando vuelve a abrirse la mágica puerta
y Trino y su madre se asoman por ella
seguidos del niño que ya no es Esteban.
Su nombre es Enebro, y ya no recuerda
que tenía padres y que iba a la escuela.
Con su amigo Trino nada, corre y juega,
y es, como su amigo, un ser de leyenda,
un duende del bosque que flota en la niebla,
y su pelo es verde, y su ropa es negra.

Amables lectores de este gris poema,
dejad que este humilde cronista os advierta
que si tenéis niños, esa dulce y buena
bendición de risas y manos traviesas,
no los maltratéis, no sea que quieran
hacer como hizo el pequeño Esteban.
Y si vais un día por aquellas tierras
y veis que en la noche, una bruma espesa
sobre vuestra casa se cierne siniestra
id al cuarto donde vuestros hijos duerman
y abrazadlos fuerte para que comprendan
que los amáis más que a nada en la Tierra.
Pues si no lo hacéis puede que suceda
que vuestros retoños, si ya no os aprecian
se marchen con Trino y Enebro en la niebla,
que luego os olviden, y que nunca vuelvan.